Según Eric J. Hobsbawm, el siglo XX sería un siglo “corto”, que abarcaría desde 1914, inicio de la primera guerra mundial, hasta 1991, año del derrumbe y desmembración de la Unión Soviética. Con optimismo, Hobsbawn muestra el final de la guerra fría, donde destaca de forma frecuente: en política, el quiebre de los ideales socialistas y el triunfo final del credo liberal-democrático, la victoria de la civilización occidental en el campo ideológico de valores y principios, el alivio de las tensiones en el campo de las relaciones internacionales, los éxitos de la globalización y de la revolución tecnológica en la esfera económica.
Para los “países desarrollados” o “primer mundo” esgrimimos la imagen de idealistas en pro de una ideología agonizante cuyo camino fue el de la “guerra de guerrillas” y revoluciones encarnizadas como lo que nos tocó vivir con el terrorismo. No se nos ve como países que dejamos de ser colonia hace mucho tiempo. Aunque también se anota que las rebeliones fueron no a favor de una ideología sino en contra de la hegemonía norteamericana, es claro evidenciar que más que considerar como “tercer mundo” un período de guerra fría, sería más bien, un período antiimperialista, caracterizada por un emotivo despliegue de rebeliones bajo el matiz terrorista. Quizá este afán, siendo que también somos extremadamente emotivos en América Latina, sea la causa de tanto idealismo y pasión por un rechazo a ser invadidos o colonizados nuevamente.
Así la historia del siglo siguió su marcha y las presiones del tercer mundo lograron llevar a debate temas como la democratización de los canales y los centros de producción de la información al seno de la UNESCO en el marco del Informe MACBRIDE, donde lo fundamental era que los países del Tercer Mundo consiguieran una fuerza política capaz de impulsar una comisión de investigación para estos problemas y hacer emerger en la escena internacional una serie de temas que hasta ese momento pertenecían a debates de puertas cerradas y que no habían sido reconocidos por la comunidad internacional. Sin embargo, como tantas otras resoluciones anteriores de la UNESCO, las conclusiones finales del informe son ambiguas y tibias respecto de los reclamos de los países subdesarrollados. Sin duda, nuestros problemas en el tercer mundo constituyeron un dilema, en cuyos extremos se encontraban las posiciones irreconciliables de soviéticos y norteamericanos.
Por otra parte, las catástrofes ambientales que nos afectaron en ese siglo fueron mostradas sólo como consecuencia de la naturaleza a través de los medios de comunicación, al igual que fenómenos como hambrunas o enfermedades endémicas que demuestran supuestamente la falta de estructuras sanitarias. Asociándose estos casos con la falta de modernización capitalista. Fenómenos que son presentados como las causas aparentes de los conflictos.
Otra de las características del siglo son que los conflictos y guerras, como forma más extrema de esta violencia, se dan fundamentalmente en sociedades periféricas en forma de guerras locales o dentro de los propios Estados, de manera que subdesarrollo y guerra forman parte de una misma realidad. De esos conflictos, algunos son noticia, mientras que otros se incorporan la categoría de “olvidados”. En muchos casos reciben atención en un momento determinado y pasan a ser olvidados, especialmente si se prolongan excesivamente.
La historia da muchos ejemplos, a partir de la pintura, la escultura o la literatura, del papel que han tenido los medios de comunicación del pasado en la representación de los conflictos. En general, estas formas de expresión han servido para glorificar las guerras y las conquistas coloniales, buscando la justificación mediante la deificación de los héroes patrios o la reconstrucción favorable de hechos históricos. En el siglo XX los medios de comunicación han desempeñado un papel cada vez más importante en la difusión de las guerras.
En los años treinta, las guerras de conquista colonial fueron acompañadas de campañas propagandísticas importantes por parte de la Italia fascista como en el caso de las conquistas de Libia o Etiopía. El papel de la radio fue fundamental en la propaganda de masas que el nazismo realizó antes y durante la II Guerra Mundial. Durante esos años el Pentágono utilizó el cine para animar a sus tropas y ganar apoyo social dentro de EE UU. En la década de los cincuenta la guerra de Corea fue la primera guerra televisada, continuando la tradición de que los medios mostraran una adhesión inquebrantable a los objetivos militares. Sin embargo, en la guerra de Vietnam, la acción de la prensa estadounidense e internacional tuvo un papel muy importante en la ruptura entre la opinión pública y el gobierno norteamericano. La retirada de EE UU de Vietnam en 1975 confirmó el papel que podía tener el periodismo para contrarrestar las triunfalistas versiones oficiales.
Tras lo ocurrido en el Sudeste asiático, comenzó la tendencia de evitar que los periodistas fueran testigos directos de los combates, argumentando la crueldad y la dificultad de comprensión para la ciudadanía. Se evitó que los medios de comunicación accedieran a las zonas de conflicto libremente en la guerra de las Malvinas y las invasiones de EE UU de Granada y Panamá. Se incorporó también el “efecto biombo”, es decir, focalizar la atención en otro acontecimiento para distraer a la opinión pública.
Durante la Guerra del Golfo (1991), el Pentágono llegó a suministrar material filmado, y los periodistas no pudieron acceder a la zona de guerra en Irak y Kuwait. Las imágenes de la operación “Devolver la Esperanza” de los marines norteamericanos en Somalia, la vulgarización y simplificación de la guerra de Ruanda, la satanización de lo árabe asociado al Islam, son ejemplos de un uso inadecuado de los medios periodísticos. El peligro es que la noticia se produce en un contexto determinado y se transmite y difunde en otro totalmente diferente. A ello han contribuido tanto los intereses económicos existentes en el negocio informativo, que prioriza criterios comerciales y de audiencia, como la ausencia de un periodismo de análisis serio y especializado.
En el imaginario occidental, la selección de las imágenes o datos sobre los países periféricos o los conflictos que ocurren en ellos, se realiza a partir de creencias estereotipadas que se transmiten de informadores a educadores y al público en general. Así, el Tercer Mundo está relacionado con la miseria, el hambre y las guerras, factores que son explicados siempre a partir de causas endógenas, suelo improductivo, factores climáticos, catástrofes naturales o tradiciones anticuadas.
Las migraciones hacia el Norte aparecen como el reflejo de una conciencia de agresión y peligro, al identificar aumento del paro, delincuencia, pérdida de “identidad cultural” propia con la llegada de los inmigrantes. En este contexto, las políticas de Schengen son la traducción institucional de una actitud xenófoba compartida o comprendida por la ciudadanía y estimulada desde los medios. El Tercer Mundo es relacionado frecuentemente con crueldad y terrorismo, viéndose como una fuente de conflictos y una amenaza para la paz.
Cuando se presenta la acción humanitaria internacional despojada de sus contenidos políticos, el humanitarismo sirve para mejorar la imagen de las fuerzas armadas. La interpretación intervencionista de finales de este siglo se ve reforzada por la imagen que dan los medios del papel que juega la ayuda humanitaria presentada como una colaboración sin más objetivos que ayudar a las víctimas de guerras o catástrofes. Se ha reelaborado un nuevo concepto de ejército para intervenir en acciones humanitarias.
¿Podemos seguir apoyando la posición idealista y reivindicadora de América Latina, según Hobsbawn?. ¿Qué piensan ustedes?
Para los “países desarrollados” o “primer mundo” esgrimimos la imagen de idealistas en pro de una ideología agonizante cuyo camino fue el de la “guerra de guerrillas” y revoluciones encarnizadas como lo que nos tocó vivir con el terrorismo. No se nos ve como países que dejamos de ser colonia hace mucho tiempo. Aunque también se anota que las rebeliones fueron no a favor de una ideología sino en contra de la hegemonía norteamericana, es claro evidenciar que más que considerar como “tercer mundo” un período de guerra fría, sería más bien, un período antiimperialista, caracterizada por un emotivo despliegue de rebeliones bajo el matiz terrorista. Quizá este afán, siendo que también somos extremadamente emotivos en América Latina, sea la causa de tanto idealismo y pasión por un rechazo a ser invadidos o colonizados nuevamente.
Así la historia del siglo siguió su marcha y las presiones del tercer mundo lograron llevar a debate temas como la democratización de los canales y los centros de producción de la información al seno de la UNESCO en el marco del Informe MACBRIDE, donde lo fundamental era que los países del Tercer Mundo consiguieran una fuerza política capaz de impulsar una comisión de investigación para estos problemas y hacer emerger en la escena internacional una serie de temas que hasta ese momento pertenecían a debates de puertas cerradas y que no habían sido reconocidos por la comunidad internacional. Sin embargo, como tantas otras resoluciones anteriores de la UNESCO, las conclusiones finales del informe son ambiguas y tibias respecto de los reclamos de los países subdesarrollados. Sin duda, nuestros problemas en el tercer mundo constituyeron un dilema, en cuyos extremos se encontraban las posiciones irreconciliables de soviéticos y norteamericanos.
Por otra parte, las catástrofes ambientales que nos afectaron en ese siglo fueron mostradas sólo como consecuencia de la naturaleza a través de los medios de comunicación, al igual que fenómenos como hambrunas o enfermedades endémicas que demuestran supuestamente la falta de estructuras sanitarias. Asociándose estos casos con la falta de modernización capitalista. Fenómenos que son presentados como las causas aparentes de los conflictos.
Otra de las características del siglo son que los conflictos y guerras, como forma más extrema de esta violencia, se dan fundamentalmente en sociedades periféricas en forma de guerras locales o dentro de los propios Estados, de manera que subdesarrollo y guerra forman parte de una misma realidad. De esos conflictos, algunos son noticia, mientras que otros se incorporan la categoría de “olvidados”. En muchos casos reciben atención en un momento determinado y pasan a ser olvidados, especialmente si se prolongan excesivamente.
La historia da muchos ejemplos, a partir de la pintura, la escultura o la literatura, del papel que han tenido los medios de comunicación del pasado en la representación de los conflictos. En general, estas formas de expresión han servido para glorificar las guerras y las conquistas coloniales, buscando la justificación mediante la deificación de los héroes patrios o la reconstrucción favorable de hechos históricos. En el siglo XX los medios de comunicación han desempeñado un papel cada vez más importante en la difusión de las guerras.
En los años treinta, las guerras de conquista colonial fueron acompañadas de campañas propagandísticas importantes por parte de la Italia fascista como en el caso de las conquistas de Libia o Etiopía. El papel de la radio fue fundamental en la propaganda de masas que el nazismo realizó antes y durante la II Guerra Mundial. Durante esos años el Pentágono utilizó el cine para animar a sus tropas y ganar apoyo social dentro de EE UU. En la década de los cincuenta la guerra de Corea fue la primera guerra televisada, continuando la tradición de que los medios mostraran una adhesión inquebrantable a los objetivos militares. Sin embargo, en la guerra de Vietnam, la acción de la prensa estadounidense e internacional tuvo un papel muy importante en la ruptura entre la opinión pública y el gobierno norteamericano. La retirada de EE UU de Vietnam en 1975 confirmó el papel que podía tener el periodismo para contrarrestar las triunfalistas versiones oficiales.
Tras lo ocurrido en el Sudeste asiático, comenzó la tendencia de evitar que los periodistas fueran testigos directos de los combates, argumentando la crueldad y la dificultad de comprensión para la ciudadanía. Se evitó que los medios de comunicación accedieran a las zonas de conflicto libremente en la guerra de las Malvinas y las invasiones de EE UU de Granada y Panamá. Se incorporó también el “efecto biombo”, es decir, focalizar la atención en otro acontecimiento para distraer a la opinión pública.
Durante la Guerra del Golfo (1991), el Pentágono llegó a suministrar material filmado, y los periodistas no pudieron acceder a la zona de guerra en Irak y Kuwait. Las imágenes de la operación “Devolver la Esperanza” de los marines norteamericanos en Somalia, la vulgarización y simplificación de la guerra de Ruanda, la satanización de lo árabe asociado al Islam, son ejemplos de un uso inadecuado de los medios periodísticos. El peligro es que la noticia se produce en un contexto determinado y se transmite y difunde en otro totalmente diferente. A ello han contribuido tanto los intereses económicos existentes en el negocio informativo, que prioriza criterios comerciales y de audiencia, como la ausencia de un periodismo de análisis serio y especializado.
En el imaginario occidental, la selección de las imágenes o datos sobre los países periféricos o los conflictos que ocurren en ellos, se realiza a partir de creencias estereotipadas que se transmiten de informadores a educadores y al público en general. Así, el Tercer Mundo está relacionado con la miseria, el hambre y las guerras, factores que son explicados siempre a partir de causas endógenas, suelo improductivo, factores climáticos, catástrofes naturales o tradiciones anticuadas.
Las migraciones hacia el Norte aparecen como el reflejo de una conciencia de agresión y peligro, al identificar aumento del paro, delincuencia, pérdida de “identidad cultural” propia con la llegada de los inmigrantes. En este contexto, las políticas de Schengen son la traducción institucional de una actitud xenófoba compartida o comprendida por la ciudadanía y estimulada desde los medios. El Tercer Mundo es relacionado frecuentemente con crueldad y terrorismo, viéndose como una fuente de conflictos y una amenaza para la paz.
Cuando se presenta la acción humanitaria internacional despojada de sus contenidos políticos, el humanitarismo sirve para mejorar la imagen de las fuerzas armadas. La interpretación intervencionista de finales de este siglo se ve reforzada por la imagen que dan los medios del papel que juega la ayuda humanitaria presentada como una colaboración sin más objetivos que ayudar a las víctimas de guerras o catástrofes. Se ha reelaborado un nuevo concepto de ejército para intervenir en acciones humanitarias.
¿Podemos seguir apoyando la posición idealista y reivindicadora de América Latina, según Hobsbawn?. ¿Qué piensan ustedes?
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